domingo, 10 de noviembre de 2013

Hoy he matado a una mujer hermosa




Cuando leo la biografía de alguien, no puedo evitar pensar en los pequeños momentos que pasan desapercibidos. Normalmente nos interesan mucho más los otros, los que suponen grandes éxitos o grandes fracasos: el momento en el que el Marqués de Sade grita desde la ventana de su celda para los revolucionarios asalten la Bastilla, el momento en el que Mateo Morral lanza el ramo de flores con la carga explosiva, el momento en el que el verdugo hace girar la manivela y un hierro de un palmo de largo entra por la nuca de Salvador Puig Antich. Pero qué pasa con los otros momentos. Esos que nunca cuentan, de los que nadie se acuerda, pero que son casi más importantes que los otros. El momento en el que Sade recorre las calles de París desorientado y confuso, intentando deshacerse de las ropas y el peinado que le identifican como un miembro de la nobleza. El momento en el que Morral llega a Madrid y deja su maleta en el andén. El momento en el que Puig Antich carga el arma. El momento en el que su verdugo llega a casa y le dice a su mujer "hoy he matado a un muchacho hermoso". 

Leyendo la biografía de Rosa Luxemburgo para preparar la reseña del último texto que escribió me ha vuelto a pasar. He vuelto a pensar en esos instantes que nadie tiene en cuenta. Concretamente en uno de ellos: el preciso momento en el que decide quedarse en Alemania a pesar de que la revolución había acabado. Fracasado el levantamiento popular de noviembre, el Gobierno inicia la caza de las cabezas visibles del movimiento. En las semanas siguientes, decenas de militantes serán detenidos, encarcelados, torturados y ejecutados, y Rosa Luxemburgo y Karl Liebnecht eran los primeros de la lista. Durante dos meses conseguirán esconderse moviéndose de un piso franco a otro, pero el cerco se estrecha cada vez más. El libro que he leído no lo decía, pero estoy segura de que en ese tiempo les propusieron salir del país muchas veces. Los dos tenían contactos en otros países de Europa, y el movimiento obrero de cualquier país los habría acogido sin dudarlo. Pero decidieron quedarse, y yo no puedo parar de pensar en ese preciso momento en el que decidieron que no se marchaban. En ese instante en el que alguien le tendió un pasaporte falso y ella dijo que no. 

Pero hay muchos otros momentos, y también pienso en ellos. El instante en el que Runge recibe la primera salpicadura de sangre de las heridas que está haciendo con su culata en la cabeza de Rosa Luxemburgo. El instante en el que se mira asqueado el uniforme y se pregunta cómo va a limpiar aquello. El instante en el que llega a casa y su mujer mira las manchas de sangre y no dice nada. El instante en el que se tumba en la cama y piensa "hoy he hecho algo bueno por Alemania". O "esa cerda no paraba de gritar". O " he matado a una mujer hermosa". El instante en el que se da la vuelta y se duerme.  



[La reseña de "El orden reina en Berlín", el último texto de Rosa Luxemburgo, puede leerse aquí]

3 comentarios:

  1. ... "hoy he matado a un muchacho hermoso" o " he matado a una mujer hermosa". Desde luego cabe comprender las acciones que conducen a tal brutalidad y fatidicos desenlaces.

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    1. Fascinante lo que pasaria por la mente o indujo a Mateo a perpetrar el atentado.Tendria dudas , miedos ?..seguramnete .Pero, cuales ?

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  2. Todos somos capaces de todo y de nada a la vez.
    Un saludo

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