martes, 18 de noviembre de 2014

De la distancia entre Nueva York y México DF






Nueva York. El centro del poder financiero se alza imponente en medio de un perímetro de seguridad prácticamente impenetrable. Decenas de bloques de cemento, vallas de metal, barricadas de acero, cámaras de vigilancia, bolardos antivehículos, policías armados y perros antibomba defienden el edificio donde se encuentra la Bolsa de Nueva York. Tras ellos, un segundo perímetro formado por seguridad privada y circuitos de cámaras de vigilancia controla los pasos del puñado de privilegiados que han podido acceder al recinto. El resultado es similar al de una ocupación militar. No importa que en realidad la mayoría de operaciones bursátiles se realicen en las pantallas de ordenadores situados por todo el planeta: lo que importa es el símbolo. Después de la caída de las Torres Gemelas, Wall Street debe mantenerse en pie a toda costa. Mucho más que la Casa Blanca, la Bolsa representa el poder de un imperio que mantiene su control sobre el resto del planeta a base de operaciones económicas, pero también a base de ocupaciones militares. El capitalismo se haya permanentemente en guerra. 

A escasa distancia de allí, el solar donde se encontraban las Torres Gemelas representa el fracaso en los intentos de ejercer un poder omnímodo. Siempre hay grietas, y a veces son tan grandes que hacen que se derrumben edificios enteros. Pero los imperios deben seguir demostrando su poder. El proyecto para el solar es un edificio aún más imponente, símbolo del estado de guerra perpetuo. La Torre de la Libertad contará con un zócalo de cemento armado a prueba de coches bomba que se extenderá hasta el piso veinte. En esos veinte primeros pisos no habrá nada a excepción del vestíbulo de entrada. El poder se eleva sobre la calle, que es sucia y peligrosa. Alrededor del edificio, una serie de enormes bloques rectangulares similares a lápidas protegerán la estructura contra todo tipo de ataques potenciales. La vida y la muerte se confunden.







México DF. El arquitecto Luis Barragán construye una casa en el barrio de Tacubaya. Por primera vez está levantando un edificio que él mismo va a habitar. Tacubaya es un barrio popular, poblado de casas modestas y un gran número de talleres, tiendas y fondas. Barragán decide construir una casa guiada por una única idea: que carezca de comunicación con el exterior. La fachada principal de la casa ha sido eliminada y sustituida por un muro con las mínimas aberturas posibles. La sensación que se tiene al observarla es la de un cubo herméticamente cerrado, a excepción de alguna elevada ventana reticular  o las puertas de acceso peatonal y del vehículo, especialmente anodinas. De hecho, la pared es tan sobria y austera que parece inacabada. Con ello se consigue la creación de un exterior anónimo y vulgar que protege el lujoso interior. La casa es un búnker. En el estado permanente de guerra, son los únicos edificios que tienen sentido, los únicos capaces de administrar la vida y la muerte. 

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